sábado, 18 de agosto de 2007

Crónicas de una muerte anunciada



Yo le platicaba a mi amiga y a ella no le quedaba mas que escucharme con atención y simpatía fingida. 

-        Y es que si le digo que me gusta, puede que me rechace. ¡Imagina nomás: el dolo y la pena! – le exclamaba con dramatismo.

-         …ya sabes lo que dicen: en esto del amor, nunca se sabe.

Cierto, muy cierto, pensé. 

-  No sé…   realmente creo que la situación está más inclinada a un “no” que a un “sí”. Aunque, a la verdad, ni cómo saberlo. Es la chica más rara del planeta. Hasta he llegado a sospechar que no tiene corazón.

- Nombre…   si todos tienen uno, aunque sea chiquito…

-   ¡¡Díselo a ella!! – me burlé.

Le arranqué una risa. 

Me quedé cavilando un rato. Miré por la ventana y me imaginé afuera, mojándome las botas con la hierba escarchada, escalando mentalmente el escurridizo árbol invernal. Me forcé a volver a la conversación.

-         Pues sí, así es la cosa – resolví.

-         ¿Y a qué le temes? – me interrogó con mirada inquisitiva.

-         ¡Pues a todo! A que me diga que no…   y hasta a que me diga que sí…  

      -         Pues no le digas nada entonces. Deja que el tiempo se suceda a sí mismo y que las cosas transcurran de forma natural.

-    ¿¿Y qué tal que por no decirle nada pierda mi oportunidad?? ¿¿Qué tal que se cansa de este ritual incómodo de que como-que-sí, como-que-no??

-         Pues entonces ten cuidado, no sea que al no decidir, ya estés decidiendo lo que no quieres.

      -         Sí, esto ya es demasiado complejo. Habrá que hacer un análisis de riesgos e impactos – le respondí con aire administrativo. 

-         No juegues…  - se limitó a decirme – Ya, Juan, así de rápido: ¿cuáles son tus opciones?

Mi amiga, siempre tan estructurada… 

-         Pues decirle, o no decirle – obvié.

-         Ya, pues decídete. 

-    ¡¡Pues igual, en una de esas, le digo!!

Creo que me quedé en las mismas...

      - Es que, ¿sabes? Siento que el decidirme a decirle es como decidirme a cometer suicidio – me pretexté, cobarde.

Se me quedó viendo unos segundos. 

     - No es suicidio - me corrigió con una sonrisa, como si mi sufrida disertación le procurara entretenimiento - sólo crónicas de una muerte anunciada.